martes, 25 de febrero de 2014

Dímelo con números


El primer amor, el imposible, llega en la escuela. De eso no hay duda.

En la época en la que asistía a la escuela local, yo era un chico normal, de uniforme impecable, apuntes ordenados y gafas relucientes. Mis maestros, casi todos a punto de retirarse no recibieron nunca una queja de mi parte, tampoco se quejaron de mi comportamiento tan poco escandaloso.
Era entonces el inicio de un nuevo año escolar y, a todos, nos sorprendía la noticia del retiro de la señorita Cristina, quien durante más de 10 años había sido nuestra maestra de inglés y, créanlo o no, también era nuestra maestra de matemáticas, era,  sin lugar a dudas una mujer de esas que están casi extintas en el mundo de hoy. Para su remplazo una nueva persona tendría que ocupar su lugar, era algo que yo personalmente no creía posible. Pero entonces pasó, entró la maestra nueva al reducido salón de clase, su nombre era y sigue siendo Sara, verla con su bolsa de tela morada entrar por la puerta y caminar con elegante paso de bailarina directo al pequeño escritorio, supuso para mí el comienzo de una nueva historia. Pero esta era una historia en el que el protagonista principal no llevaría jamás mi nombre.
La señorita Sara tenía el cabello de un negro que sólo te podía transportar a algún lugar del vacío universo; unos ojos hermosos, a pesar de no ser ni verdes ni azules; solía ser, casi siempre una mujer de sonrisas espontáneas y ligeras, pero también, espontáneamente, podía oscurecer el mundo cuando dichas sonrisas y sus consecuentes hoyitos en las mejillas desaparecían. Era además una señorita joven, quizá demasiado joven para estar remplazando a la retirada señorita Cristina, sin embargo, ocupó su lugar como si toda la vida se hubiese preparado con ese propósito.
Yo, por mi parte, pretendía hacerme el indiferente a sus encantos, quería que mi vida escolar no cambiara en lo absoluto y, por algún corto espacio temporal lo hice con mucho éxito, pero supongo que a veces simplemente no puedes escapar a lo inevitable, simplemente, terminas cediendo a la vida y cambiando aquellos pequeños planes que tenías como seguros. Fue así como supe que estaba condenado, pero mi condena no era para cumplir fuera de este mundo o llevando a cabo penosos castigos en público, mi condena era la de llevar en mi pecho el peso de un amor que supuestamente no debía existir.
Aunque mi concentración ciertamente bajó en cada asignatura, seguí destacándome por mis logros académicos, especialmente en inglés y en matemáticas, estas dos materias dictadas por la profesora Sara habían sido siempre el mayor motivo de mi orgullo escolar, sin embargo, algo comenzó a cambiar con rapidez.
Con el paso del tiempo, me hice un experto en el uso del verbo To Be, el subjuntivo, el presente y el pasado simple y casi todas las formas gramaticales que suelen enseñar en los colegios bogotanos, además de comprender casi perfectamente las tareas de “listening” que en las evaluaciones nos ponía la maestra Sara. En matemáticas pasaba lo mismo, funciones trigonométricas, ecuaciones y gráficas exactas, y con un pequeño toque artístico, llenaban las hojas de mi cuaderno. Todo podía ser superado. Pero pasara lo que pasara, siempre en las revisiones tenía que encontrarme con esos grandes ojos fijos, y con ellos encontrarme también con esa pequeña certeza de vida que se encuentra en la persona a quien amas, esa sensación de no ser el dueño de tu vida porque indudablemente siempre ha pertenecido a alguien más.
Era todo, tenía que afrontarlo, no podía esconder más el hecho de estar perdidamente enamorado de mi profesora de inglés y matemáticas. Como ella parecía ser una persona sensible por el arte, decidí entregarle mis mejores poemas, escribir cada noche, para conquistar cada mañana era mi objetivo, pero a pesar de mis múltiples esfuerzos y técnicas poéticas, la señorita Sara leía los poemas y sonriendo cariñosamente decía después de cada entrega “que hermoso, pero, dímelo con números”. No tenía ni idea de a qué se refería su “dímelo con números” si se burlaba de mi o si me alentaba a escribir mejor no lo sabía, sin embargo trataba de entenderla a como diera lugar, incluso, como en el poema del maestro Jorge Salas, aprendí a traducir el idioma de sus ojos fugaces y a entender el idioma extranjero de sus sueños, pero ella, la señorita Sara, insistía con su frasecita de cajón “dímelo con números”, creí que como era maestra de matemáticas mi labor sería entonces escribir un poema con funciones matemáticas y complicadas fórmulas. Cosa que no pude hacer nunca.
Leer en este momento esos poemas matemáticos que me atreví a escribir para conquistar a la maestra me llena de nostalgia, pero también de vergüenza, cosas tan simples como “si sumamos uno y uno/ la respuesta será un dos/ hazme caso entonces mi niña,/ tú eres un uno y yo sigo, sin poder formar mi dos” aparecían en mis diarios y cuadernos, poemas tiernos sin duda, dichos con números al parecer, pero la inalcanzable maestra de inglés seguía insistiendo y diciendo “dímelo con números”.
Puedo asegurar que por ella pase noches en vela, trataba de descifrar el misterio de su eterna petición, rogaba con la luna porque llegaran a mí pistas para resolver el asunto, y cada vez que pasaba un cometa pedía el deseo de tener a la señorita Sara entre mis brazos y dormir con ella y en ella para siempre. Me estaba volviendo loco, veía en el cielo de las mañanas pequeñas nubes que confundía con estrellas fugaces, que amablemente se detenían para recibir mi deseo, y veía en el pasto y los árboles figuras de números bailando y sonriendo sin cesar, luego la veía a ella y simplemente no podía pensar más.
Ha pasado algún tiempo desde que conocí a mi maestra, unos años han escapado entre mis dedos como arena que le sigue el juego al viento. Ya estoy en la Universidad, estudio para ser maestro de inglés,  pero cada vez que puedo visito mi antiguo colegio con un poema nuevo en mi mochila y la ilusión de recibir de ella un beso. Sin embargo, hoy  es diferente, creo que ya entendí lo del número, no tenía nada que ver con lo que he escrito, pero el número si tenía que ver con nosotros, y no tiene que ver tampoco con Benedetti y su frase “en la calle codo a codo somos mucho más que dos” porque ahora entiendo que cuando este con la profe Sara, mis palabras dirán sólo una cosa: Hemos sido dos desde que nos conocimos, tú con tus clases y tu rol de maestra, y yo con mi papel de estudiante, indudablemente hemos sido simplemente dos, pero te invito a quedarte conmigo desde ahora, podemos ser juntos un número diferente, acompañándonos en cada momento seremos un uno y si Dios así lo permite, llegaremos a ser un uno eterno. Te quiero.


Diego Ruíz Febrero 2014

jueves, 13 de junio de 2013

Revolución

¿Qué más puede ser revolución?
sino el latido de tu pecho
o el aliento de tus besos
¿Qué más puede ser revolución?
No conozco nada
que sea revolución
tanto como tu cuerpo.

Entonces... ¿qué más es revolución?
Pues creo que nada es más revolución
tanto como tú, mujer del mundo

Resortes y cauchitos

De resortes y
cauchitos
estamos hechos.

Con frecuencia,
perdemos el centro,
lastimamos y estiramos.

Con frecuencia,
nos perdemos, pero
siempre al centro volvemos.

Pues no olvidemos,
que de resortes y 
cauchitos estamos hechos.

miércoles, 12 de junio de 2013

We Can Always Try

Un político de nuestra era sostuvo en un discurso, que lo más importante para preservar el ambiente se llama Felicidad humana. Sin embargo, hace tan solo un momento, un científico Ruso de apellido impronunciable demostró mediante fórmulas y alguna otra convención matemática, que lo que de verdad hace falta, en cualquier época o estado de nuestra humanidad, se llama Amor.

Pero ¡qué conclusión tan ridícula! dirán algunos, aunque dicha conclusión esta lejos de poder ser calificada como tal, para comprobarlo, vamos a revisar los hechos concretos...

La raza Humana, que para algunos desciende del mono, y para otros de barro y agua, comparte un rasgo específico y poco discutible. Diremos, para comenzar, que este rasgo, más psicológico que físico, es conocido como violencia y de manera un poco más eufémica es un simple instinto de supervivencia, ligado a las leyes o convenciones de la proxémica en la vida del hombre que se adoptan de manera cultural o conveniente según sea el caso.

Esta realidad ha sido, a lo largo de la historia, punto de encuentro constante en cuanto a declaraciones bélicas, escaramuzas y, por supuesto, carreras multinacionalistas; confrontaciones todas, contadas con cierta astucia por parte del supuesto ganador. De guerra se ha alimentado el hombre, competencias sangrientas se viven a diario en la esquina del barrio o en la escalera del trabajo, solo importa competir, ganar y destruir.

Sin embargo, si la guerra es asociada al odio, no podemos desconocer que muchas de estas guerras "ganadas" han estado relacionadas con esto que llamamos amor, de no ser así, ¿qué habría sido de Bolívar sin su Manuelita? o ¿qué habría hecho Inés Suarez sin Pedro de Valdivia? Pero, a pesar de esto, sigue siendo cierto, el hombre sigue cometiendo los mismos errores días tras día, viviendo en guerra entre sol y luna, dejando de lado y desechando el amor. Por eso, asesinaron a Jaime, silenciaron a Andrés, a Rosa Elvira la violaron y torturaron, al gran Tiburon Blanco solo se le reserva el mar computarizado en alguna producción de cine americano y al Rinoceronte lo cambiaron por algún juego mecánico.

Yo también he hecho mi parte, rompiendo el alma o el corazón de alguien importante, intoxicándome con palabras nunca dichas y con alguna que otra droga suicida, olvidando en fin cuál es mi nombre mientras me desaparezco entre alguna rara silueta... De ahí que no sea descabellado aceptar que un científico Ruso, de apellido impronunciable, concluyera que lo único necesario para conservar esta tierra y obtener la tan nombrada felicidad humana se llama amor, y pase lo que pase, siempre que exista amor podemos intentarlo una vez más, o en inglés, por si acaso alguien quiere repensarlo, WE CAN ALWAYS TRY...


Diego Ruíz 2013

lunes, 13 de mayo de 2013

Asesinas


Lo que alcanzo a recordar es que no podía abrir los ojos con facilidad, algo, o alguien ejercía una especie de presión sobre los párpados, permitiendo que mi cerebro procesara, un poco lento, algunas sombras que me rodeaban mientras mis pies, pesados como hierros, se arrastraban como reclamando algo de sobriedad.


No estoy muy seguro, pero parecía que estaba oscuro todavía, no me refiero, claro, al cuarto o al espacio donde me encontraba, quiero decir que posiblemente aun era noche o algún momento de esos fríos que se adelantan a un fulgurante amanecer. 

Creo que algún narcótico extraño recorre mis venas, pues no me siento dueño de mi ser ni de mi cuerpo, todo parece ser parte de un retorcido y enfermizo juego que destruye mi percepción mi memoria de corto... o de largo plazo, ya no se si eso importa.

Repentinamente, me encuentro en una especie de cuartico, iluminado por una luz nauseabunda que a duras penas crea reflejos en las baldosas blancas que ahora entiendo me rodean, una puerta se cierra a mis espaldas, y otra más pequeña acaba de cerrarse, justo al lado de mi brazo izquierdo, quiero salir corriendo pero una fuerza superior me detiene y ahoga mis gritos en terribles espasmos musculares que se detienen en la punta de mi lengua, o al borde de los dientes apretados. Destino cruel el de todos los hombres, destino fatídico este de enfrentarse a la blancura de perder los sueños

Es la hora, primero una cae sobre mi espalda, en pocos segundos, mi cuerpo entero es atravesado por finas dagas frías que caen de algún lugar indescriptible, me atraviesan sin cesar en una lluvia de fría humedad que muere al pasar la rejilla circular ubicada estratégicamente bajo mis pies. De ese evento ya no recuerdo nada, quisiera recordarlo, pero no puedo, las asesinas ya han desaparecido y la alarma del reloj avisa sobre mi retraso, debo irme, no puedo faltar al trabajo.

Diego Ruíz 2013

martes, 9 de abril de 2013

La brújula


-       - Perdido… solo y perdido, y para colmo la brújula no funciona. Ya no sé si el norte es norte, no sé ni siquiera cuál es el cielo y cuál es el mar.

No pasaba nada más en la cabeza de Daniel. Desde hace un tiempo, cuando Victoria había decididomarcharse de su lado, nada tenía sentido, ni siquiera la aguja dorada de la brújula heredada a  su abuelo apuntaba hacia el norte, como se suponía, por lo menos parecía señalar un montón de nortes aleatorios y nunca fijos. Ahora, Daniel recordaba, con ese sabor que solo la nostalgia puede dar, el momento en que el viejo general en su lecho de muerte le hizo entrar al cuarto del hospital plagado de adultos de rostros oscurecidos, y mirándole a los ojos, con un esfuerzo poco entendible para un niño de la edad de Daniel, le decía – Entre toda la familia, te he elegido a ti, Daniel, para que guardes mi mayor tesoro... cuando llegue el momento, esta brújula te mostrará el camino- La mano del general estaba extremadamente fría, lo que para Daniel no significaba nada, hasta que entendió con el tiempo que su abuelo había dejado de ser el general campeón de batallas, para convertirse en último momento en un soldado al servicio de la muerte.
Posiblemente, el movimiento de la aguja no era otra cosa más que el efecto del tiempo sobre una brújula, que ahora Daniel sabía cumplía más de doscientos años de haber sido manufacturada en alguna herrería al norte de España. Aunque a decir verdad, Daniel nunca supo si en algún momento había señalado el norte, La determinación a la que llegó tan grande como su desesperación llevó a Daniel a comprar todo tipo de manuales especializados en cartografía, relojería y por supuesto, textos especializados en fábrica y mantenimiento de brújulas, aunque presa del destino, y de su hambre de orientación, la mayoría de los libros habían sido escritos en Alemán, Inglés, Japonés, Sueco y en otras lenguas un poco más difíciles de comprender, por lo que le llevó meses descifrar el significado de las instrucciones impresas en cada libro, comprado tan apresuradamente, sin embargo, aunque Daniel era ahora un hombre hábil en traducciones de casi cualquier idioma, le seguía siendo imposible lograr que la aguja apuntara por lo menos en una dirección definida, ya no importaba que fuera el norte, podía ser cualquiera, el resultado esperado por él era simplemente elegir un rumbo específico.
Una mañana de esas en las que solo el hielo sale a recorrer las calles, Daniel decidió ir a la tienda de antigüedades, que desde siempre había sido atendida por el viejo y poco agradable Marcus, un español de raíces alemanas. Marcus era para Daniel la última esperanza de arreglar la vieja brújula – Buen día Marcus, necesito pedirte un favor. – Sabes bien Daniel que no vivo de favores – dijo Marcus- lo que sea que necesites costará algo de dinero. Qué traes ahí?
-      -  No es nada – respondió Daniel – bueno la verdad no estoy seguro, es una vieja brújula que necesito que arregles.
-      En verdad es vieja Daniel. ¿qué es lo que no funciona?
-      La brújula no sirve, el norte ha dejado de ser norte y yo no sé en donde estoy... no sé si me perdí en el intento de encontrarme o si quizás nunca me tuve. Y con todo esto, no estoy seguro si  la brújula que me heredo mi abuelo alguna vez funcionó.
-     -   Vuelve en dos horas, algo se podrá hacer.
A la salida de la tienda, el ruido de los autobuses y de las risas cargadas de besos y palabras de amores eternos dichas por las parejas en el parque del otro lado de la autopista inundaron sus oídos, desde la ventana de su apartamento ella lo observaba, y por primera vez el sol tocó su piel mientras caminaba hacia el sur.

sábado, 6 de abril de 2013

Negro

Caminaba yo en la oscuridad la noche, sin más preocupaciones que llenar mis ojos del negro infinito que solo el crepúsculo consigue trae consigo, la soledad era la única compañera fiel en ese momento, esa soledad que frecuentemente ha sido la única compañera fiel que he tenido, embebido en mis pensamientos, contándome historias al oído, muchas de esas historias parecidas a las tan conocidas tragedias griegas. Llegaba al clímax de una de esas narraciones extraordinarias cuando mis ojos encontraron algo en medio de la oscuridad y la niebla, un par de puntitos verdes fijos y brillantes que rompían el manto acostumbrado de las noches citadinas y a lo lejos parecían estar fijos en mi, pendientes de mis movimientos como acechándome.

Mi imaginación, disparatada como siempre, llenó cada fibra de mi ser de un miedo intenso, el recuerdo de viejas historias donde un asesinato horrible ocurría en una noche como esta, temblores recorrían mi cuerpo, sudores recorrían cada centímetro de mis frías manos y la cabeza no funcionaba como se suponía. Desesperado, busqué la luna, miré la hora de mi reloj barato y como si no fuera suficiente prendí la luz pálida y molesta del celular, por primera vez la soledad me fue infiel y me dejó a la merced de mis fatales pensamientos inundados de mi propia sangre y gritos de terror. Como es de esperar, quise entonces romper el cliché de tantas películas de horror y fingí valentía, actué despreocupado y fuerte como si nada pasara en mi cabeza, poco sabían las estrellas que mi cabeza nunca esta quieta.

Destino cruel el de la frialdad y los gusanos, pensaba que ojalá cuando mi cuerpo fuese encontrado tirado y desmembrado alguien supiera que preferiría ser cremado para viajar con la suavidad del viento o ser enterrado bajo un árbol de roble o de naranjo. El palpitar del pecho crecía mientras los dos puntos verdes perdían altura con mi cercanía pero permanecían fijos, ya no tenía escape sentía ya el golpe de guillotina en cualquier parte de mi ser cuando de repente sucedió, fue cuando lo escuché, mis dos oídos no me engañaban pero quise detenerme para asegurarme de la no existencia de error, - MIAUUUU!!!! repitió el extraño ser. Finalmente solo era Plutón aunque no fuera el de Poe era y sería siempre mi Plutón el gato negro más grande y hermoso que me haya seguido hasta asegurarse de la seguridad de mi hogar.

Diego Ruíz 2013